miércoles, 31 de octubre de 2012

Una ruta de cuento de hadas por el Hayedo de la Pedrosa

Siguiendo en la línea de las rutas tranquilas para disfrutar de las bellas estampas otoñales, en esta ocasión nos hemos acercado a los alrededores de Riaza para visitar sus bosques de robles y hayas.


Si ya fue bonita la ruta de la semana pasada, ésta no lo ha sido menos y esta vez la hemos disfrutado plenamente sin la incomodidad de la persistente llovizna. No obstante, el ambiente se presentaba bien fresquito y, una vez más (para no perder la costumbre) el tiempo atmosférico quiso hacer caso omiso del excelente (y a todas luces inexacto) pronóstico que había dado la AEMET, de manera que unas densas nubes enganchadas en lo alto del Pico del Lobo nos privaron del sol prometido durante la mayor parte de la jornada.


Tras el segundo desayuno de rigor en la plaza de Riaza dejamos los coches al lado de la planta de tratamiento de aguas que hay yendo hacia el sur. Desde allí empezamos a andar por un atractivo sendero que sigue el curso del río Riaza y que lleva a la población de Riofrío de Riaza. Desde el comienzo pudimos deleitarnos con las vistas del valle y aquellos que se habían traído la cámara de fotos profesional pudieron dar rienda suelta a su afición por tan bello arte.



Al llegar a la mencionada población, seguimos adelante por el carreterín que sube al puerto de la Quesera. Sin embargo, al poco de pasar el embalse de la Presa de Riofrío tomamos un sendero recientemente restaurado que se interna por el bosque junto al rio Riaza (conocido como "camino viejo de Peñalba"). Entre troncos forrados de líquenes, rocas musgosas y setas cubiertas de hielo (señal inequívoca del frio que tuvo que hacer la noche previa) fuimos avanzando por lo que parecía un bosque sacado de un cuento de hadas, cada vez más maravillados a cada paso que dábamos por la irresistible belleza del lugar, con los robles y las hayas luciendo sus mejores galas de otoño. Precioso.


Conforme íbamos subiendo camino del collado de la Quesera nos fuimos encontrando con un entorno cada vez más frio, de manera que al salir del bosque y dejar atrás los últimos árboles medio helados, el paisaje dio un cambio radical y nos vimos frente a una estampa puramente invernal: todos los arbustos de la ladera aparecían blancos cubiertos de finísimos cristales de hielo-nieve. Impresionante el contraste del blanco luminoso frente a los verdi-amarillos y ocres que habíamos dejado atrás justo unos momentos antes. Además, ahora fuera del abrigo de los árboles y con las nubes casi sobre nuestras cabezas, nos vimos obligados a abrigarnos bien para protegernos de los duros mordiscos del frio viento del norte.


Con la rasca que pegaba allí arriba en el puerto de la Quesera no hubo más remedio que seguir con la ruta con la esperanza de encontrar un poco más adelante algún lugar resguardado del viento para comer algo, pues ya quedaba muy atrás el desayuno y se iba oyendo algún que otro gruñir de tripas. Fuimos avanzando por la senda que lleva al Pico del Lobo y pronto encontramos un claro al abrigo de los árboles en donde se estaba de maravilla y comimos bien a gusto. Luego de recuperar fuerzas y calores (las rampitas tan majas que hay por allí contribuyeron generosamente a esto último) seguimos hasta el collado de San Benito, punto en el que nos desviamos hacia el norte por una senda que baja hasta el collado de la Hayuela y sigue cuerda alante por los Chotales y el altillo de las Rozas. De ahí bajamos directa y tranquilamente hasta el lugar donde habíamos dejado los coches.


En ningún momento se despejaron las nubes que cubrían las cimas del Pico del Lobo y el sol sólo se asomó de forma puntual (lo justo para enriquecer las vistas para disfrute de los fotógrafos). No obstante, nos fuimos más que satisfechos de vuelta al bar de Riaza para terminar de entrar en calor, comentando las mejores jugadas del día y jugosos planes futuros mientras degustábamos las merecidas cervecitas (y otras bebidas varias) de rigor.

Un xaludote

jueves, 25 de octubre de 2012

Ha llegado el otoño (Del Chorro de Navafría al mirador de Navalcollado)

- Dificultad: fácil
- Desnivel: 650 m
- Distancia: 12.5 km
- Tipo de camino: pista asfaltada y de tierra

De vez en cuando no está mal echar un poco el freno y retomar otra manera de salir a la montaña más parecida a como lo hacíamos todos cuando empezamos en esto de trotar por el campo: un poco más tranquilos y sin intentar batir records o subir tantas cimas como quepan en las horas del día….,  pero solo de vez en cuando. Y que mejor época que el otoño para dar bucólicos paseos por los pinares y hayedos que salpican la sierra, aprovechar para hacer fotos sin ir con la lengua fuera y, si se tercia, intentar adivinar más mal que bien y guía en mano, los nombres de todo bicho viviente que se nos cruce por medio.


Algunos por razones de fuerza mayor y otros porque nunca dejaron de ver la montaña de esa otra manera, nos encaminamos el domingo pasado a descubrir uno de esos rincones que hasta el momento habíamos dejado abandonados por aquello de que los caminos que lo recorren merecen tal nombre y los desniveles no te provocan taquicardias, a no ser que los hagas tres veces y a matacaballo.


Con todo esto en mente y tras un primer intento fallido la semana anterior, partimos confiados en el “optimista” pronóstico de los muchachos del AEMET con intención de recorrer los pinares segovianos de Navafría hasta el mirador de Navalcollado partiendo desde el área recreativa del Chorro. Una vez allí nos dimos cuenta de que la fina lluvia que lo empapaba todo no parecía presagiar nada bueno pero, como esta vez no traíamos ruta de repuesto, decidimos liarnos la manta a la cabeza y tirar para adelante hasta donde el día nos dejara.


Creo que hacía tiempo que no me alegraba tanto de mojarme en una ruta como en esta. Seguro que un día soleado hubiera tenido su gracia pero, sin la niebla, la humedad y la lluvia que nos acompañó durante toda la jornada, no hubiéramos disfrutado de ese onírico ambientillo, más propio de los  cuentos de hadas centroeuropeos que de la reseca sierra que todos recordamos del verano pasado. Así, entre frondosos helechos, setas alucinógenas y comentarios surrealistas tan propios de nuestro peculiar grupo montañero, recorrimos la suave pendiente que une los refugios del Peñón, la Fragua, Regajohondo y Navalcollado hasta alcanzar el mirador del mismo nombre, desde el que no nos quedó más remedio que imaginarnos las vistas del valle, que a esas alturas ya estaba totalmente cubierto por una espesa capa de niebla. Y es que todo no se puede tener en esta vida....


Después de un trago de agua y un puñado de quicos, regresamos por otra pista parando un buen rato en el puente del Chorro para echar unas cuantas fotos a las pequeñas cascadas que allí desembocan, mientras nuestras mentes emprendía ya el camino de vuelta, más pendientes de las cervezas que nos esperaban en el pueblo de Navafría que de tan pintoresca estampa.


Con la modorra propia de un domingo por la tarde de vuelta a la gran ciudad y mientras nuestras mentes soñaban de nuevo con desniveles imposibles, jornadas interminables y subir tantos picos como quepan en las horas de un día, los caprichos meteorológicos nos despidieron con unas “alucinógenas” vistas del cerro de San Pedro navegando sobre un mar de nubes que parecían recordarnos que lo más espectacular está en muchas ocasiones donde menos te lo esperas, incluso a ras de suelo.


Saludos a todos. Nos vemos en nuestra próxima ruta otoñal....