Nuestra visita a Gredos no fue una excepción, así que, aprovechando el día festivo de San José en Madrid, partimos entre chaparrones, Almudena, Jesús y un servidor para la plataforma de Hoyos. Como si de un perfecto ejemplo de la Ley de Murphy se tratara, nada más bajar del coche comenzó a lloviznar aun con el sol en todo lo alto, aunque esto duró poco pues, antes de comenzar las primeras rampas de los barrerones, la lluvia era tan intensa que ya estábamos calados hasta los huesos. Entre caras de resignación y algún que otro juramento en arameo, solo nos quedaba apretar los dientes y subir del tirón sin quitar la mirada de la puntera de las botas. Menos mal que las vistas desde lo alto de los barrerones te hace pensar que estas cosas merecen la pena....
Ya en el Elola, solo nos quedaba colgar la ropa mojada en los pocos huecos que quedaban libres, disfrutar de un precioso atardecer antes de la cena y a dormir, si no hubiera sido por el búfalo que nos pusieron en la litera de al lado y que más que roncar bufaba, en un ansia inhumana por absorber todo el aire de la pequeña habitación (no exagero ni un ápice).
A la mañana siguiente, la compensación a tantas fatigas: un día espectacular con el sol en todo lo alto que nos hizo pensar que esta vez si, era "la refinitiva". Con el ansia de disfrutar todo lo posible de tan estupenda jornada, fuimos poco a poco adelantando a los pequeños grupos que habían salido delante nuestro hasta meternos en el estrechaminento que enfila hacia portilla bermeja donde hicimos una pequeña parada para acabar de equiparnos.
Aunque el día continuaba estupendo, poco a poco empezaba a levantarse el viento, que a rachas no muy tranquilizadoras bajaba desde la portilla recorriendo toda la canal hasta el fondo de la laguna. Más solos que la una, continuamos remontando hacia la portilla del crampón donde, a pesar del imponente espesor, la nieve estaba incluso decente, a no ser por el último tramo en el que, a cada paso, se formaban unas trincheras que nos llegaban a la altura de la cintura.
Con la ilusión de hacer cumbre los primeros de esa mañana, paramos un instante a contemplar las preciosas vistas del cuchillar de Cerradillos y las Navajas hacia el este, y las estribaciones de la sierra de Bejar hacia el oeste. Pero todo nuestro gozo no hizo sino tornarse en decepción al comprobar que el lado sur no era sino una enorme placa de hielo barrida a cada minuto por rachas de viento poco tranquilizadoras. Tras echar un primer tiento por las empinadas placas de nieve congelada, decidimos que con la cuerda de rando que habíamos subido para el rapel de cumbre y las dos estacas que llevábamos con nosotros, lo más prudente era no jugársela y dejar de nuevo el Almanzor para otra ocasión.
Así, con la decepción de haberlo tenido tan cerca y la tranquilidad de haber hecho lo correcto, decidimos disfrutar de tan estupendo día y emprendimos la bajada por las empinadas palas de nieve que, a estas alturas de la mañana, comenzaba a pegarse a las botas formando auténticos ladrillos bajo los crampones haciéndonos caer de culo cada dos por tres. Con todo el tiempo para regresar al coche, nos dedicamos a futuros planes, fotos y charlar de lo divino y de lo humano mientras nos concienciábamos para la tan querida subida a los barrerones que, bajo un sol de justicia, amenazaba con hacernos sudar todo el agua que nos calló el día anterior.
Excusas para volver a Gredos nunca nos faltan pero ahora tenemos otra más o, mejor dicho, continuamos teniendo la principal de ellas: el Almanzor en invierno. La próxima, por la canal este, para variar un poco.
FIN
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