Hacía ya tres largos años que no iba por Pirineos, que se dice pronto, y ya iba siendo hora de volver y retomar viejas sensaciones. Y como no podía ser de otro modo, tuvo que ser Fernando Navarro, viejo compañero de trepidantes aventuras montañeras que vuelve a estar en activo, el que finalmente me motivara con una suculenta propuesta de las que a él le gustan: había estado hace poco por la zona de Panticosa recorriendo el cresterío de la cuerda que va desde el collado de Tebarrai por los Picos del Infierno hasta el Pico de Pondiellos y quería terminar el resto del accidentado cordal que llega hasta el Pico de las Argualas. Así pues, para allá que nos fuimos el pasado día 4 de agosto Fernando, Jesús, Araceli y yo con la sana intención de vivir intensas emociones cresteando cual sarrios en estado salvaje.
El día amaneció parcialmente cubierto de nubes y con pronóstico de tormentas para la tarde, pero de momento no tenía mala pinta y a las 7:30 empezamos a andar. Nada más salir de los Baños de Panticosa empezamos a calentar motores zigzagueando por la trillada senda del pinar, la cual se empina cosa mala poco después de salir de la arboleda y empezamos a ganar metros de desnivel con rapidez a costa de unos buenos sudores y resuellos. Poco a poco fuimos adelantando numerosos grupos de montañeros que estaban ejerciendo la saludable costrumbre de parar para tomarse un respiro y así, todo para arriba sin tregua, alcanzamos una basta pedrera de grava bastante suelta (muy inestable debido a la fuerte pendiente si no se va por el camino marcado por los hitos, doy fé) que nos llevaría ya directamente al collado del Cuello de Pondiellos. Una subida intensa y exigente, pero sobre las 9:30 ya estábamos contemplando las magníficas vistas del otro lado..., y empezamos a sentir un ligero estremecimiento y hormigueo en los dedos cuando nos fijamos en lo que venía a continuación: había merecido la pena la sudada, ahora empezaba lo bueno.
Desde el Cuello empezamos a crestear en dirección norte para ascender al Pico de Pondiellos. Trepaditas fáciles (pero muy delicadas debido a que la roca está muy descompuesta y suelta), aderezadas con unas vistas impresionantes de los alrededores y unas canales de vértigo que empezaron a remover los gusanos en mi estómago. Las nubes segían metiéndose de tanto en tanto, pero la cosa no iba a más y seguimos adelante tras volver al Cuello de Pondiellos.
Nuestro siguiente objetivo se mostraba accesible tan sólo a través de una empinada chimenea, un estrecho tajo abierto en la ladera del pico pero con numerosos agarres que facilitaban la trepada, seguida de un nuevo tramo de cresta accidentada y descompuesta. Jesús y Araceli sensatamente decidieron ir por la senda, pero Fernando y yo, menos sensatos, fuimos por el borde mismo del cordal con una porrá de metros de caída en vertical a nuestra derecha. Aquí los gusanos se tornaron mariposas que empezaron a revolotear sin pausa por mis tripas pero al fin alcanzamos nuestro segundo pico del día, la Aguja de Pondiellos.
En este punto las emociones ya se dispararon a tope cuando vimos la subida al Garmo Negro, unos 50 metros tan empinados que parecían casi verticales. En esta ocasión la fortuna quiso que me quedara cerrando el grupo y menos mal, porque a pesar de llevar todo el cuidado del mundo, en un pequeño descuido provoqué una avalancha de piedras que habría resultado nefasta de haber tenido alguien debajo. Da igual la experiencia que se tenga. En la montaña no hay lugar para el despiste porque los errores se pagan muy caros. Fernando no se cansaba de advertirnos: "mucho ojo con las piedras sueltas o medio desprendidas, no bajéis la atención de lo que estáis haciendo en todo momento". Y más si cabe en un lugar tan delicado como en el que nos movíamos.
En fin, sin más contratiempos contentos y felices coronamos el Garmo Negro, nuestra tercera cima del día, con las nubes echándosenos sobre nuestras cabezas pero de nuevo sin ir a más. Así pues, de ahí bajamos (por el borde de la cuerda como no podía ser de otra manera, pues vaya desperdicio no ir por allí teniéndola tan cerquita) al collado de las Argualas y de nuevo empezamos a subir cresteando hasta el pico Algas Norte, cuarta cima del dia. De aquí al pico Algas (quinta cima) sólo nos llevó unos pocos minutos de accidentado cresterío que en algunos tramos tenía como mucho dos palmos de ancho y con un patio no apto para cardíacos, muy muy muy disfrutón (siempre y cuando se mantenga el vértigo bajo control, claro).
La cresta que separa el Algas del Argualas resultó el tramo más accidentado y complicado de todo el recorrido. En este punto las mariposas de mis tripas se habían tornado en un furibundo enjambre, pero a esas alturas ya daba todo igual y sólo quedaba dejarse llevar y disfrutar a tope del momento. Hacía mucho que no sentía unas sensaciones tan intensas: el corazón martilleando con fuerza en el pecho, todos los sentidos alerta con los nervios a flor de piel, las nubes metiéndose descaradas pero sin ocultar el vacío a ambos lados de la cresta, el viento soplando de costado cada vez más fuerte y frio, como los sudores de la emoción que bañaban mi frente y mi espalda... Tan sólo en una ocasión tuvimos que retroceder un tramo de cuerda y destrepar hasta la senda porque nos encontramos con un paso bastante delicado e inaccesible que no dejaba ver si se podía bajar por el otro lado o no. Pero enseguida regresamos a la cresta y después de una trepada final por una estrecha y retorcida chimeneita Fernando y yo nos juntamos con Jesús y Araceli (que habían optado por subir por la senda "oficial" marcada con hitos) y juntos coronamos la sexta y última cima del dia: el Pico de las Argualas.
Tras una parada para comer emprendimos el camino de vuelta. El empinado descenso del Argualas por la senda "oficial" tampoco tuvo desperdicio ninguno hasta que llegamos a la pedrera que baja del collado de las Argualas. Después de alguna que otra culetada por bajar patinando a lo loco por la gravera, la senda desapareció de nuestra vista para ir a parar al fondo de una inesperada barranca, lo cual agradecimos sinceramente por ser mucho más amena (y más estable) que la pedrera de antes.
Después de la barranca la senda se une al camino por el que subimos por la mañana y llegamos de nuevo al pinar. El tramo final de las zetas se nos hizo un poco largo de más, pero a las 17:30 ya estábamos en el refugio Casa de Piedra celebrando tan magnífica ruta con unas buenas jarras de cerveza. Muchas gracias, amigos, por tan magnífica aventura.
Al dia siguiente teníamos previsto hacer la Peña Foratata, una ascensión corta pero que no tiene subidas fáciles (como poco trepadas de II o II+ y muy aéreas según las descripciones consultadas). Durante la noche descargó una buena tormenta y para cuando nos levantamos el cielo aún seguía nuboso y amenazando con llover en cualquier momento, por lo que decidimos dejarlo para mejor ocasión. Ya estábamos satisfechos con la estupenda ruta que habíamos hecho y no era cuestión de meterse en líos innecesariamente descendiendo malamente la Peña con la roca mojada. Así pues, otra interesante subida que dejamos pendiente para cuando Pablo se restablezca (arriba ése ánimo, amigo, y adelante con la recuperación, que se te acumula el trabajo y a este paso no vas a dar a basto cuando vuelvas, jeje).
Conclusión: un fin de semana de los que dejan honda huella en la memoria, disfrutando de sensaciones largo tiempo dormidas. La repetiría sin dudarlo. No es un cordal difícil pero hay que extremar las precauciones en todo momento por estar la roca tan suelta y descompuesta. Y sí, lo reconozco. El regreso de Fernando y sus tentadoras propuestas ha provocado algo que incluso hasta hace poco menos de un mes creía imposible: ha despertado al dragón que llevo dentro y todo apunta a que la fiesta no ha hecho nada más que empezar...
Un xaludote
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