Cardoso-Santuy-Halledo de Montejo-Cardoso
Desnivel: 850 m
Distancia: 17 km
Tipo de camino: pista, senda y campo a través
Duficultad: moderada
Es curioso que otros años, tras los atracones montañeros del verano, el otoño fuera la época en que toda actividad quedaba paralizada en el grupo a la espera de la llegada de las primeras nieves, que nos devolvían la ilusión por desempolvar el material de invierno y liarnos de nuevo en la búsqueda de terrenos verticales.
Este año ha sido todo lo contrario. Ya sea por las extrañas vacaciones de algunos o por las ansias acumuladas de otros, el caso es que vamos camino de completar la estación a base de rutas difíciles de olvidar.
La de este domingo pasado no ha sido una excepción y, como si tanta perseverancia no pudiera quedar sin premio, volvimos a disfrutar de verdes praderas, arroyos caudalosos y colores tan intensos que a ratos te hacen dudar si no estás transitando más por los terrenos de la imaginación que por la tierra firme y pizarrosa de la sierra de Ayllón.
Para darle un poco de variedad a la tónica habitual de hayedos y robledales, en esta ocasión decidimos añadir un pico por medio - pequeño, pero pico al fin y al cabo - manteniendo así el gusto por la roca y dándole algo de alegría a las piernas, demasiado acostumbradas ultimamente a flexionarse para ver setas y frutos del bosque. El elegido fue el Santuy y, que mejor que lo bueno conocido para no meter la pata, así que decidimos remontar sus laderas desde Cardoso a donde, por razones de pura pachorra, no pudimos acercarnos en nuestra anterior ruta.
Tras quedarnos boquiabiertos por la nevada que había cubierto las alturas del valle la noche anterior, emprendimos la marcha los siete que preveíamos más la inesperada participación de Tika, una mastín que, pese a sus 4 mesecitos, ya tenía el tamaño de una oveja y cuyo disperso carácter e independencia de criterio en cuanto al camino a seguir no hacía sino recordarme a Greta, el monstruito de nuestra compañera Eva.
Con tan entusiasta como atolondrada compañía (lo digo por el perro), encaramos las zetas que suben por el robledal hasta alcanzar las primeras nieves de la temporada, a la altura del collado en el que termina la loma de la Dehesa. Desde allí, tras un pequeño tramo de pista nevada, enfilamos entre piornos y jirones de niebla hasta la cima del Santuy, donde los nubarrones de la mañana abrieron lo justo para poder echar un vistazo a nuestro alrededor y ver la enorme boina que cubría el Cerrón y la cuerda del Pico del Lobo.
Con un poco más de fresco del que nos hubiera gustado, bajamos hasta el collado de la Calahorra para tomar el empinado camino que termina en el GR88 y desde el que se puede disfrutar de una de las más hermosas vistas del Hayedo de Montejo.
Como no podía ser de otra manera, a la altura del hayedo volvimos a extraviar nuestra ruta original, con lo que no nos quedo más remedio que alargar la jornada para redondear los números habituales del grupo. Después de compartir bocadillos con nuestra perruna amiga con granizada incluida, retomamos el camino a la orilla del Jarama para abandonarlo un poco más adelante por otra preciosa senda que, remontando el talud izquierdo del río, finalmente enlaza con el perdido GR hasta el pueblo de Cardoso.
Tras un primer intento fallido de endosarle la crianza de Tika a unas gallinas de la zona, por fin conseguimos localizar a su dueño, un chaval apenas más grande que ella al que la sonrisa casi no le cabía en la cara al vernos entrar por la puerta con su perdida amiga. Con la alegría de dejarla en las mejores manos y la tristeza de no poder llevárnosla a casa, dimos por concluida la jornada y nos encaminamos a Montejo a por las merecidas cervezas y un buen surtido de magdalenas para endulzar los desayunos de la semana.
A esas alturas, como si de un espejismo se hubiera tratado, ya no quedaba ni el más lejano atisbo de las nieves de la mañana, aquellas que nos anunciaban que, como casi todo en esta vida, los otoños soñados también llegan a su fin y que el invierno comienza a avisar de su llegada susurrando el nombre de cercanas y lejanas cimas nevadas que nos esperan a la vuelta de la esquina.
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