Con unas previsiones de nubes y claros pero con un visitante siberiano de “no salgan de casa ni locos”, Maranta “la lianta” (que reservó el refugio la semana anterior), Táber, Pablo, Paco y un servidor nos plantamos en la plataforma de Gredos antes de las 10 am del sábado. La nieve circundante a la carretera era la justita pero al salir del coche nos quedó claro lo que nos esperaba: Frío, mucho frío.
En los primeros metros de suave subida sorteamos los placones de hielo de siempre – sin problemas, son como de la familia – pero, pasado el puente de cemento, se apuntó a la ruta un “acoplado coñazo que nunca ve la hora de marcharse”: El viento. Una guillotina de brutal corte seco.
De Ola de frío en Gredos |
El aliento y la mucosidad se nos congelaban en los cuellos polares y las bufandas (iba a poner que se nos helaron los fluidos en las bragas pero se podría malinterpretar).
A mitad de subida nos pusimos los crampones… para quitárnoslos al poco de superar Los Barrerones. Piedras con fina capa de nieve pateada.
Más viento helado.
Atravesamos la laguna con cuidado de no salirnos de la huella, para llegar al refugio Elola.
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Ahí nos encontramos con uno de mis profesores de TodoVertical, Álvaro, que nos confirmó lo que ya intuíamos: Pese a la momentánea ventanita en el cielo, el Almanzor debía esperar… Esperar a Jesús, a Manu, a Marcos, a Eva, a Jose, a Almu y a tantos otros.
Liberamos peso en las taquillas y con un par de mochilas, cuerdas y estacas tiramos hacia el collado del Casquerazo por la canal más directa. Nuestros límites eran el tiempo y el medio metro de nieve sin consolidar de la primera mitad de la ascensión.
Afortunadamente, a medida que aumentaba la pendiente también lo hacía la firmeza del piso. Eso nos permitió llegar arriba a las 4 y pico, no sin antes perder a Táber en los últimos riscos (“uy, el nuevo... ¿cómo se llamaba?, parecía buen chaval”).
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El mismo viento bestial de la antecima que nos despejó el cielo de nubes para disfrutar de las vistas, nos echaba de su territorio a patadas. Tras unos cien metros en mixto por la cresta, alcanzamos la parte del collado más amplia para iniciar el regreso por una pendiente un poco menos dura.
Y ahí coincidimos todos en lo necesario que es practicar todas las técnicas – avance, encordado, aseguramiento, etc. – en condiciones ideales, para tenerlas absolutamente automatizadas en situaciones de viento, frío, cansancio y nervios.
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Y así fue porque Maranta se acojonó (como yo lo hubiera hecho hace muy poco) ante una pendiente helada de las que había superado docenas de veces antes y Táber, con sobrada experiencia en escalada, tardó diez minutos eternos en asegurarla en ensamble y hacerse un burruño con la cuerda restante.
Ya en terreno más suave nos reímos, nos relajamos... y alguno que otro se metió en un nevero hasta la cadera.
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En el refugio nos recordaron que los aseos estaban atorados por el hielo. En esas circunstancias el pudor personal deja paso la comprensión general.
Con esfuerzo, los guardas habilitaron una solución intermedia: unos cubos con agua.
También tuvieron la cortesía de permitir el acceso con botas. Algo excepcional por una climatología excepcional.
Y Paco, ¿qué pasó con las intenciones de Paco de pernoctar al raso? Pues que como estaba cubierto y no había Luna ni estrellas que contemplar, se le quitaron las ganas de dormir con máximas de -10 ºC (sensación térmica aparte).
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Cena a las 8 pm. Sopa de pasta, lomo de cerdo con champiñón y ensalada, y espuma de chocolate con barquillo. Todo ello regado con la compañía de una pareja muy maja.
A las 10 catre. Literas superiores. Ronquidos al margen (no fue especialmente trágico), los que optaron por colocar la cabeza hacia la pared notaron humedad e incluso goteras.
Táber dijo (con sorna) sentirse aliviado por haber traído el saco de verano, pero yo dormí bastante bien con saco fino y ropa ligera.
Tras los cirios para cambiarnos, asearnos y ponernos las lentillas, a las 8 desayunamos y a las 9 y pico arrancamos rumbo a la plataforma con intención de pasar antes por el Morezón.
El cielo estaba cubierto, la temperatura era un pelín menos baja pero el viento seguía siendo canalla.
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Pasada la laguna, iniciamos la subida. Pero a los pocos metros se juntaron varios condicionantes. Principalmente, la exigencia del terreno y la incertidumbre del porvenir en los tramos superiores a lo que se unió la rotura de un crampón de Paco (justo en el mismo lugar que la temporada pasada, por cierto).
Ante todo ello, Pablo y Táber, antepusieron el sentido común a sus ganas y propusieron volver por donde siempre.
Pablo se emocionó recordando su anterior subida a destajo con Jesús. Hasta se le escapó una lagrimilla... ¡ah, no, que era un moco!
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Antes de llegar a los Barrerones, en plena niebla, un hombre que bajaba hacia la laguna me pidió seguirnos para volver a la plataforma. Venía con un grupo de cincuenta y la madre, de los que solo conocía (?) a tres o cuatro y en cuanto se paró un momento lo dejaron atrás. Sin comentarios.
Entre los últimos domingueros con playeras y katiuskas, todavía cubiertos por la ventisca, convenimos cuáles eran los verdaderos objetivos de esta ruta y de las demás: Ir, volver y, pase lo que pase, disfrutarlo.
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Recuperación de nutrientes en “La Bodeguilla” de Hoyos del Espino. Cerveza fría y hamburguesa con huevo y patatas que se salían del plato que, gracias a las nuevas tecnologías, tuvimos el placer de compartir con Eva... (Pablo, que le envió una foto con mucho recochineo).
De vuelta a casa, la meteorología reconoció nuestro honor como valientes rivales en la noble batalla y nos despidió con un inmenso arco iris.
Prometemos seguir luchando. ¿Quién se anima? ¡Maldita sea, no os oigo!: ¡QUIÉN SE ANIMA!
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