domingo, 26 de septiembre de 2010

Gran Galayo por la Canal Reseca

Desde nuestras primeras visitas a la cara sur de Grédos, esta era una ruta que siempre habíamos pensado en hacer pero que solo mirarla en el mapa nos hacía buscar excusas que retrasaran la visita para mejor ocasión. Pero fue a raíz de nuestra reciente ruta al puerto del Peón cuando pudimos babear a gusto contemplando en directo lo que a primera vista parecía un auténtico muro en el que dar rienda suelta a nuestras más calenturientas fantasías montañeras. A partir de ahí no hubo manera de quitarnos de la cabeza una próxima visita en cuanto los calores del verano dieran la más mínima tregua.
Y por fin llego el día. No sin un poco de mala conciencia por dejarnos en casa a Manu y Paco (ocupados en esta ocasión en asuntos menos "elevados"), aprovechamos el buen pronóstico de tiempo y nos juntamos Jesús, José "Texas Ranger", David (que estrenaba primera ruta con el grupo) y un servidor para disfrutar de un intenso día de montaña.
Comenzamos la ruta en la plataforma de Mingo Fernando a eso de las 10:15 enfilando directamente y a buen ritmo por el camino que sube hasta el puesto del Tío Pio. Desde ahí, siguiendo los numerosos hitos que encontramos tras el puesto, continuamos por el lado derecho del Arroyo del Pinarejo hacia la base de la canal Reseca, objetivo estrella del día.



Una vez en la entrada de la canal pudimos observar el descomunal tamaño del bloque empotrado que la tapona y que pese a su imponente aspecto, se bordea con facilidad por el lado izquierdo.



Ya metidos en faena, nos encontramos con un interminable pedregal que en su parte central se pone especialmente empinado y que hace que las piernas se calienten como ascuas a poco que le pongas algo de empeño. Aunque a parte del sofocón que supone subirla, no tiene ninguna dificultad técnica, si que es conveniente tener mucho cuidado con cualquier roca suelta si no se quiere transformar la canal en una auténtica bolera. Y digo con cualquiera porque incluso las más grandes se vienen abajo con solo mirarlas.



Por lo demás, las vistas son espectaculares durante toda la subida y la sensación de ser un piojo entre gigantes hace que el esfuerzo merezca la pena. Esta sensación no hace más que aumentar cuando se alcanza el Portillo del Gran Galayo, desde el que pudimos ver como una cordada alcanzaba la cima de la Torre y una estupenda perspectiva de la Apretura. Desde aquí ya solo quedaba la trepada normal al Gran Galayo, donde una molesta nube nos privó de aun mejores vistas de las disfrutadas hasta entonces.



Después de un breve piscolabis en el portillo, enfilamos la Trocha Palomo que, en un corto y entretenido sube y baja, rodea el Gran Galayo y te deja en la portilla falsa.
Como no podía ser de otra forma, y aunque las piernas ya no daban para muchas alegrías, una vez que alcanzamos la altura del refugio Arenas decidimos añadir un extra visitando por enésima vez la cima de la Mira. Allí, aparte de coincidir con el grueso de los excursionistas de la zona y disfrutar a lo lejos de las vistas del Circo de Gredos, nos entretuvimos observando un rebaño de cabras pedigüeñas dispuestas a vender su alma por cualquier cosa comestible o incomestible que les lanzaran.


Ya sin cuerpo para más extras enfilamos la interminable bajada que, pasando por la Tarayuela, nos condujo hacia el puerto del Peón y, por el camino normal, de vuelta a la plataforma de Mingo Fernando con toda nuestra concentración puesta en las cervezas que nos esperaban en Arenas de San Pedro.




lunes, 6 de septiembre de 2010

Ascensión a la Torre de Llambrión


Durante este primer fin de semana de septiembre hemos visitado tierras leonesas para culminar con éxito la segunda cima más alta de los Picos de Europa: la Torre de Llambrión, en el macizo central de los Picos de Europa. Llevaba pendiente mucho tiempo, pero la espera ha merecido la pena porque ha resultado un fin de semana de los que hacen historia, con una climatología excepcional y donde, una vez más, los impresionantes paisajes agrestes y calizos característicos de estos parajes han superado con creces nuestras mejores espectativas.

Todo empezó el viernes por la tarde, conforme cada cual iba cumpliendo con sus obligaciones laborales y se reunía con sus compañeros de viaje en los puntos de salida acordados (Pablo, Marcos y Eva por un lado abriendo la marcha y David, Irene y Manu y Jose, Jesús y yo por otro unos cuantos Km más atrás). Así, unos antes y otros después, nos dirigimos a León para pasar allí la noche. Marcos, nuestro anfitrión, nos llevó de visita al 'barrio húmedo' donde pudimos degustar los buenos productos de la tierra: cecina, lengua curada, buey, lomo con queso..., todo delicioso.

A la mañana siguiente partimos bien temprano --un tanto escasos de sueño, he de añadir-- en dirección al pueblo de Cordiñanes, en el valle del Cares, donde comenzaba nuestra ruta. Cuando llegamos pudimos contemplar asombrados y con los ojos desorbitados lo que parecía un impenetrable paredón de caliza por donde supuestamente iba el camino que teníamos que seguir (sin duda aquí a unos cuantos se nos quitó el sueño de golpe). Prometía ser una subida entretenida y muy, muy exigente, con unas rampas muy majas para tonificar las piernas... Bien, a eso habíamos venido y ya sabíamos que no era precisamente un paseíllo por el prado, así que nos calzamos las botas, nos equipamos bien y todos juntos comenzamos a subir (ya desde el mismísimo comienzo el camino picaba para arriba cosa mala). Justo saliendo del pueblo nos encontramos con un cartel informativo donde se describía con todo lujo de detalles la ruta hasta el refugio de Diego Mella, en el collado Jermoso, con avisos en vivos colores señalando la "extrema dificultad" de la ruta. Vamos, que no era precisamente un camino para principiantes... Algunos comentarios jocosos, risas nerviosas y en marcha otra vez, ahora ya en serio.

Después de unas pocas zetas de subida intensa, el camino torció a la izquierda y empezó a ladear la pared rocosa siguiendo un saliente, poniéndose de lo más interesante, con unas vistas sensacionales del pueblo (que ya se veía bastante abajo para lo poco que llevábamos) y del valle del Cares en su camino hacia el norte. Seguidamente enfilamos hacia la canal de Asotín y llegamos a un pequeño hayedo muy bonito. Aquí David e Irene decidieron seguir tranquilamente a su propio ritmo y ya nos juntaríamos todos en el refugio. El resto seguimos subiendo por el hayedo, que pronto quedó atrás, y por el resto de la canal de Asotín --con unas magníficas vistas a nuestra espalda del macizo occidental, coronado por el Peña Santa-- hasta una praderita que hay a los pies de Torre de Friero. Aquí torcimos a la izquierda rodeando el pico de Asotín hacia el collado Solano, pero un rápido vistazo a nuestra derecha enseguida nos llevó a Pablo, Jesús y a mi a tomar un interesante camino alternativo que discurría por una pedrera en fuerte pendiente en un callejón flanqueado de unos tremendos paredones calizos casi verticales (paso conocido como canal Honda). Resultó un atajo de lo más estimulante y entretenido (y además a la sombra, lo cual era de agradecer en el día tan bueno de sol que estaba haciendo).

Reunidos de nuevo con los que venían del collado Solano, seguimos hacia adelante subiendo, siempre subiendo más y más, esperando encontrarnos pronto con el refugio tras el siguiente remonte. Sí, era verdad que el refugio estaba "ahí al lado", pero en su lugar va y nos encontramos antes con la madre de todas las subidas esperándonos con los brazos abiertos... ("Rayos, ¿pero qué...?, ¿todavía queda todo esooooo? Nada, nada, vamos p'arriba, que'l que algo quiere..."). En fin, que unas cuantas sudadas, resuellos y rezongos después, ya por fín, ahora sí que sí, llegamos al ansiado refugio. (Puuuuufffff).

Después de aligerar equipaje en el refugio, comer un poco y rellenar nuestras cantimploras, proseguimos la ascensión hacia la Torre de Llambrión. En una subida tan intensa como espectacular, con unas vistas increíbles de Torre de Friero y el camino que lleva a la Vega de Liordes, fuimos poco a poco, rampa a rampa (todas con muchas zetas), paso a paso, acercándonos pacientemente a nuestro objetivo hasta llegar a la misma base del pico. En este punto tomamos una canal ascendente con numerosos tramos de trepada fácil, pero extremando las precauciones debido a la alta pendiente y la gran cantidad de piedras sueltas que había. Afortunadamente a esas horas ya no había nadie más en los alrededores, salvo una pareja que nos cruzamos cuando bajaban y que pronto se perdió de vista. Y así fuimos canal arriba casi todo el rato a gatas hasta que llegamos a un paso algo más delicado de trepada, punto en el que Jesús y yo decidimos darnos la vuelta por considerar que podríamos tener dificultades serias en ese tramo en la bajada. El resto lo salvó sin dificultad y siguió adelante, cada vez más cerca de la esquiva cima pero sin terminar de llegar.

Casi inmediatamente, Jesús y yo iniciamos el descenso pensando en esperar mejor a los demás abajo, pues consideramos que con tanta roca suelta, cuanta menos gente bajara junta, menor el riesgo de tirar piedras involuntariamente y que alguien se haga daño (y doy fé y Jesús puede atestiguar que tiré sin quierer una bien gorda que se fue rebotando canal abajo provocando un revuelo tremendo, afortunadamente sin lamentar mal alguno). Desde allí en la base del pico, en el hoyo de Llambrión nos preparamos para contemplar con ayuda de unos prismáticos el progreso de los compañeros durante su regreso de la cima.

Al poco de sentarnos apareció Jose en solitario, que ya iba muy fatigado y decidió con acierto darse la vuelta antes de que sus problemas musculares fueran a más y le dificultaran el ya de por sí delicado descenso en condiciones normales. Por muy cerca de la cima que se esté, hay que tener cabeza y saber retirarse a tiempo para volver otro día antes que arriesgarse innecesariamente y sufrir un accidente fatal, que la montaña no perdona errores y menos aún los Picos de Europa. Un rato más tarde aparecieron también Pablo, Eva, Manu y Marcos de vuelta tras haber culminando con éxito la cima del Llambrión (no sin pasar algunas dificultades para encontrarla, según nos contaron después).

Ya todos juntos en lugar seguro y a salvo (quitando los pobres pantalones de Jose, que sufrieron un maltrato mayor del que podían soportar y así acabaron...), nos volvimos al refugio donde nos aguardaban David e Irene y unas refrescantes y bien merecidas jarras de cerveza y también una rica cena calentita a base de pote de garbanzos y unos filetes con puré de patatas y guarnición. Después nos salimos afuera a disfrutar de un lindo anochecer con una temperatura ambiente muy buena seguido de un espectacular cielo sin luna bien cuajado de estrellas (y de postre también el temerario progreso de un par de luces perdidas en mitad de ninguna parte, rodeadas de paredones y precipicios en la ladera donde está el camino de subida al Llambrión, combatiendo inutilmente la espesa oscuridad reinante..., y pensar que tuvo que subir un tío por el camino bueno para acercárseles lo más posible y convencerles de que mejor hicieran noche allí mismo donde estaban y ya buscarían el camino por la mañana con mejor luz..., qué inconscientes estos ingleses). Así que con todas estas historia animando el ambiente del refugio (y tras un par de chichones contra el techo en el escaso espacio de la litera de arriba), nos fuimos a dormir.




A la mañana siguiente nos levantamos al olor del café recién hecho del desayuno del refugio (pues estábamos al lado de la cocina y el comedor). Tras desayunar y prepararnos, comenzamos el arduo camino de vuelta hasta Cordiñanes y los coches. Si durante la ida la subida fue dura e "interesante", no lo fue menos la bajada del regreso (para disgusto de nuestras rodillas), pero poquito a poco fuimos desandando el camino tranquilamente, disfrutando de las preciosas vistas del hayedo y los picos y valles cercanos y llegamos contentos y felices al pueblo a la hora de comer. Después de comer en un restaurante, nos subimos a los coches e iniciamos el largo y paciente regreso a Madrid.

Resumiendo, una ruta corta aunque muy dura por el tremendo desnivel a salvar en tan poca distancia. Una subida despìadada y sin cuartel que hay que tomar con mucha calma desde el mismo principio saliendo de Cordiñanes (y aún así abundan las ocasiones en las que se desboca el ritmo cardiaco y se echan los higadillos de mala gana, sudando cual tocinos colgados al sol). Una ruta en la que el trazado del camino es espectacular y se disfruta enormemente la contemplación del paisaje, con unas vistas que sólo pueden encontrarse en la salvaje y violenta orografía caliza de los Picos de Europa. Ha merecido bien la pena el esfuerzo.

Un xaludote