miércoles, 28 de noviembre de 2012

Aventuras y níscalos por los alrededores de Lozoya

Gracias a la bendición de la lluvia este año hemos tenido un otoño realmente bonito. Nos daría pena que se termine esta bella estación de no ser porque detrás viene nuestro querido invierno y la temporada de nieve, mmmmm. Pero bueno, no podemos quejarnos porque más que ningún otro año este otoño hemos salido mucho a hacer rutas y lo hemos aprovechado pero que muy bien.


Esta vez nos hemos acercado a visitar el sabinar de Lozoya y sus alrededores cubiertos de un mixto de pinares y robledales. La ruta prometía, pues Pablo la había compuesto empalmando el track de dos rutas diferentes que había encontrado en internet y el conjunto de ambas daba para un buen paseo. Además, como hacía una temperatura muy agradable y parecía que los de la AEMET volvían a errar con sus pronósticos a nuestro favor, estábamos de muy buen ánimo y humor. También contribuía a ello la contemplación de las mágicas vistas del pueblo de Lozoya reflejándose en la superficie del embalse de Pinilla, con el pico de Peñalara asomando majestuoso entre las nubes que reptaban perezosas por sus laderas.


El caso es que, contagiado de tantas buenas sensaciones, a un servidor no se le ocurre otra cosa que separarse del grupo para explorar una via alternativa por el famoso sabinar de Lozoya para subir a la cuerda del cerro de la Cruz. Feliz idea pero muy desafortunada, pues anda que te anda entre pinos, robles y sabinas por una senda poco transitada con la que me crucé, pasó un buen rato hasta que ese exceso de ánimos se disipó, momento en el que caí en que me había ido más solo que la una a no-se-sabe-dónde y no había ni la más mínima señal de mis compañeros. Sí, los había perdido. Tan simple como éso. Así que tras una hora y pico de búsqueda a la aventura trochando abajo y arriba (sin sendas ni rastros fiables a seguir que no fueran los dejados por las numerosas vacas que andan sueltas por esas laderas y que salían despavoridas al verme aparecer de improviso y corriendo como un poseso) conseguí al fin dar con ellos ya cerca de la cima del cerro de la Cruz. Entre risas y varios "qué, ¿dónde andabas, te has divertido?" y también "ya te vale, Tío Paco, siempre andas igual buscando líos...", me recibieron felices y ahí quedó todo, al menos de moemento. Menuda aventura y qué alivio.

Bien, ya todos juntitos seguimos adelante con la ruta programada y disfrutando felizmente de la jornada (a pesar de que iba aumentando progresivamente la nubosidad con algunas nieblas entrando por arriba seguía sin hacer nada de frio). Nos dirijimos hacia el norte y luego al oeste para bajar un poco, cruzar el arroyo del Villar y seguir después por el otro lado ladera arriba en dirección noroeste.


Además de las ya habituales estampas otoñales de pinos y robles cubiertos de abundantes líquenes, suelos alfombrados de hojas y setitas de todas las formas, tamaños y colores, piedras musgosas, cantarines arroyos con vistosas chorreras y saltos de agua, tuvimos la suerte de encontrarnos con una cierva y también níscalos, sí, montones de ellos asomando entre las hojas caídas de los pinos. Tan a mano estaban que David nos contagió su entusiasmo y nos picó el gusanillo setero, de manera que no pudimos resistirnos a recolectar unos pocos para hacer un guiso con ellos y probarlos. A lo tonto con "mira, ahí hay uno..., uy, otro, y otro y otro más..., hala cuantoooos", cayeron en la saca un par de kilejos que luego nos repartimos al acabar la ruta. Adivinaréis lo que cené esa misma noche. Ajito, perejil..., uhmmm, deliciosos. Y es que la naturaleza, tratada con el respeto que merece, puede ser de lo más agradecida. Cuidemos nuestros montes para que todos los años nos puedan agasajar con su generosidad.


Ibamos todos tan felices con el magro hallazgo aunque con la mosca detrás de la oreja, porque entre tomas semiprofesionales de fotos, recogida de níscalos y otros entretenimientos varios, ya íbamos con la hora un poco justita (habida cuenta lo cortos que son ahora los días y más estando nublado) y aún quedaba un buen trecho para regresar a Lozoya. Tiene gracia la cosa porque a pesar de haber yo gastado ya con creces mi reserva de ganas de aventuras para todo el día, la propia ruta nos tenía reservadas unas cuantas sorpresas más adelante. Y es que el track que teníamos metido en el GPS iba siguiendo una sendita poco tansitada pero muy bonita ella hasta que desapareció sin más y el track seguía adelante trochando entre árboles y arbustos (y también terribles zarzas erizadas pinchos, pfffff) por donde Dios le daba a entender...


Pero bueno, ahí seguíamos pin-pam a la aventura hasta que llegamos al arroyo del Reajo Sastre. Cada cual lo cruzó como y por donde pudo y el grupo se disgregó un poquejo. Tras un momento de desconcierto entre voces, silbidos y otras señales acústicas (la densidad de los árboles y lo pronunciado de las laderas limitaba mucho el campo de visión) conseguimos reagruparnos de nuevo y seguimos adelante ahora sí sin más líos hasta llegar a un camino de verdad. Visitamos el roble centenario y lo saludamos con veneración, nos ladró un mastín enorme que guardaba un pequeño rebaño de ovejas, una perdiz roja pasó corriendo por delante de nosotros y llegamos finalmente a Lozoya con las últimas luces del día todos juntos, enteros y con nuestra preciada carga apenas intacta (algo increible después de los meneos y zarandeos que se llevó la bolsa que los contenía por todas las aventuras por terreno difícil que habíamos pasado). Nos tomamos las cervecitas de rigor, muy merecidas esta vez pues vivir aventuras da una sed bárbara. No obstante nos entretuvimos poco y tiramos p'a casa a apañar los níscalos y no darles tiempo a que se pusieran pochos.


En definitiva, un bello paseo en las postrimerías del otoño con los suelos del bosque alfombrados de hojas y setas. El que no tiene líos se los busca, pero bien está lo que bien acaba y nos divertimos mucho. Todos fuimos felices y comimos perdices (bueno perdiz no, que se fue corriendo, pero sí níscalos y muy ricos, por cierto). A vuestra salud, amigos, y hasta otra.
Un xaludote


viernes, 23 de noviembre de 2012

Revisitando la Najarra

Desnivel acumulado: 1150 m (+250 extras)
Distancia: 14,5 km
Tipo de camino: pista, senda y campo a través
Dificultad: moderada
Cartografía utilizada: Sierra de Guadarrama 1/25 Tienda Verde


A veces ocurre que al releer un libro o ver una película después de mucho tiempo, no coincide con la idea o el recuerdo que guardabas de ellos. De modo que, lo que en un tiempo te pareció maravilloso, ahora no pasa de mediocre o, cuanto menos, aburrido (las menos de las veces, ocurre lo contrario). El caso es que con las montañas puede ocurrir lo mismo, más para los que ya llevamos un tiempo pateando nuestra querida sierra de Guadarrama. Por suerte, también ocurre que cuando crees que se te han acabado todas las opciones, terminas por encontrar una nueva forma de subir la misma montaña y no tiene porque ser necesariamente por otro camino; es suficiente con subirla en otra estación, con otros colores, otra luz o sencillamente otro ánimo.


Esta vez con la Najarra se dieron un poco de las dos cosas: un camino distinto, otro momento y, por suerte, las caras habituales de los viejos y nuevos amigos.
Lo cierto es que ya hacía un tiempo que no la visitábamos y creo que la habíamos subido por casi todos lados: desde la cuerda larga, desde la Morcuera, por la senda Santé, por el collado desde el norte y por el collado desde el sur y alguna que otra campo a través por donde dios nos dio a entender.
Para esta ocasión y tras hurgar un poco por Internet, decidimos volver a la cara sur partiendo desde la Fuente del Cura pero, en lugar de ir hacia Hoya de San Blas y subir al collado, lo hicimos directamente buscando la senda que zigzaguea junto al arroyo de San Blas y que, cortando las pistas que le salen al encuentro, remontan hasta la altura de Cuatro calles para acceder a la cima lo más recto posible.


Por suerte, esta vez ignoramos olímpicamenrte los pronósticos meteorológicos y disfrutamos de una jornada de lo más variada que comenzó por los ya habituales robledales de este otoño para pasar al poco a los espesos pinares que, después de las últimas lluvias lucían especialmente espectaculares. Tras nuestros habituales despistes y un par de paradas para nuestras también habituales sesiones de charla y fotografía, salimos del pinar a la zona de piornos cercana a la cumbre entre nieblas, un poco de lluvia y la siempre amenazadora vista de Madrid, que cada año avanza un buen puñado de metros más en su ansia por engullir cualquier terreno libre de asfalto que se le ponga por medio. Para alivio de todos, una vez en la cima, al dirigir la vista al norte entre la bruma, aun puede uno olvidarse de lo que deja a la espalda y no pensar en nada más que en disfrutar de lo que resta de jornada.


Después del tentempié de cumbre, los habituales "machacas" del grupo decidieron tomarse el postre dándole un poco de vidilla a la ruta bajando a la Morcuera con el simple objeto de volver a subir a la Najarra por la cuerda y darnos alcance a mitad de bajada; y es que ¡¡¡hay gente pa toooo!!! El resto descendimos por la senda Santé, siempre con la referencia del embalse de Miraflores, no si antes echar un vistazo a las canales de la ladera este, con la insana intención de alimentar próximas obsesiones invernales.


Ya todos juntos, recorrimos el último tramo hasta los coches echando la vista atrás y pensando por donde visitaríamos esta agradecida montaña la próxima ocasión y, lo que es casi tan importante, donde nos tomaríamos las cervezas que tan merecidamente nos habíamos ganado.

En el fondo debe ser que todo aquello que realmente quieres de corazón nunca deja de gustarte, por mucho tiempo que pases sin verlo o por muchas veces que se repita en tu memoria, y eso es lo que ocurre con el Guadarrama, como con tantas otras cosas.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Un Mastín en el Santuy

Cardoso-Santuy-Halledo de Montejo-Cardoso

Desnivel: 850 m
Distancia: 17 km
Tipo de camino: pista, senda y campo a través
Duficultad: moderada


Es curioso que otros años, tras los atracones montañeros del verano, el otoño fuera la época en que toda actividad quedaba paralizada en el grupo a la espera de la llegada de las primeras nieves, que nos devolvían la ilusión por desempolvar el material de invierno y liarnos de nuevo en la búsqueda de terrenos verticales.
Este año ha sido todo lo contrario. Ya sea por las extrañas vacaciones de algunos o por las ansias acumuladas de otros, el caso es que vamos camino de completar la estación a base de rutas difíciles de olvidar.

La de este domingo pasado no ha sido una excepción y, como si tanta perseverancia no pudiera quedar sin premio, volvimos a disfrutar de verdes praderas, arroyos caudalosos y colores tan intensos que a ratos te hacen dudar si no estás transitando más por los terrenos de la imaginación que por la tierra firme y pizarrosa de la sierra de Ayllón.



Para darle un poco de variedad a la tónica habitual de hayedos y robledales, en esta ocasión decidimos añadir un pico por medio  - pequeño, pero pico al fin y al cabo -  manteniendo así el gusto por la roca y dándole algo de alegría a las piernas, demasiado acostumbradas ultimamente a flexionarse para ver setas y frutos del bosque. El elegido fue el Santuy y, que mejor que lo bueno conocido para no meter la pata, así que decidimos remontar sus laderas desde Cardoso a donde, por razones de pura pachorra, no pudimos acercarnos en nuestra anterior ruta.

Tras quedarnos boquiabiertos por la nevada que había cubierto las alturas del valle la noche anterior, emprendimos la marcha los siete que preveíamos más la inesperada participación de Tika, una mastín que, pese a sus 4 mesecitos, ya tenía el tamaño de una oveja y cuyo disperso carácter e independencia de criterio en cuanto al camino a seguir no hacía sino recordarme a Greta, el monstruito de nuestra compañera Eva.


Con tan entusiasta como atolondrada compañía (lo digo por el perro), encaramos las zetas que suben por el robledal  hasta alcanzar las primeras nieves de la temporada,  a la altura del collado en el que termina la loma de la Dehesa. Desde allí, tras un pequeño tramo de pista nevada, enfilamos entre piornos y jirones de niebla hasta la cima del Santuy, donde los nubarrones de la mañana abrieron lo justo para poder echar un vistazo a nuestro alrededor y ver la enorme boina que cubría el Cerrón y la cuerda del Pico del Lobo.
Con un poco más de fresco del que nos hubiera gustado, bajamos hasta el collado de la Calahorra para tomar el empinado camino que termina en el GR88 y desde el que se puede disfrutar de una de las más hermosas vistas del Hayedo de Montejo.


Como no podía ser de otra manera, a la altura del hayedo volvimos a extraviar nuestra ruta original, con lo que no nos quedo más remedio que alargar la jornada para redondear los números habituales del grupo. Después de compartir bocadillos con nuestra perruna amiga con granizada incluida, retomamos el camino a la orilla del Jarama para abandonarlo un poco más adelante por otra preciosa senda que, remontando el talud izquierdo del río, finalmente enlaza con el perdido GR hasta el pueblo de Cardoso.


Tras un primer intento fallido de endosarle la crianza de Tika a unas gallinas de la zona, por fin conseguimos localizar a su dueño, un chaval apenas más grande que ella al que la sonrisa casi no le cabía en la cara al vernos entrar por la puerta con su perdida amiga. Con la alegría de dejarla en las mejores manos y la tristeza de no poder llevárnosla a casa, dimos por concluida la jornada y nos encaminamos a Montejo a por las merecidas cervezas y un buen surtido de magdalenas para endulzar los desayunos de la semana.


A esas alturas, como si de un espejismo se hubiera tratado, ya no quedaba ni el más lejano atisbo de las nieves de la mañana, aquellas que nos anunciaban que, como casi todo en esta vida, los otoños soñados también llegan a su fin y que el invierno comienza a avisar de su llegada susurrando el nombre de cercanas y lejanas cimas nevadas que nos esperan a la vuelta de la esquina.



domingo, 4 de noviembre de 2012

Elogio de la lentitud

Puerto de la Hiruela-puerto de Cardoso-Hayedo de Montejo-La Hiruela-Puerto de la Hiruela

Distancia: 17 km
Desnivel: 650 m
Tipo de camino: pista y sendero
Dificultad: Fácil
Tiempo empleado: me lo callo por vergüenza torera

Hace un par de semanas, hablábamos de retomar otra forma de salir a la montaña, más parecida a cuando comenzamos a participar en el grupo, admirando los paisajes, charlando a cada momento, parando hasta cuando no hace falta y, en definitiva, con muuuuucha parsimonia. Pues bien, retomando el otoño como tema de fondo, nos juntamos unos cuant@s  echando de menos a otros tant@s para dar una nueva vuelta de tuerca a tan "novedoso" concepto.


Para ello, el jueves pasado, nos propusimos dar una vuelta por los pueblos de Cardoso y la Hiruela pasando por sus respectivos puertos y, de propina involuntaria, por la tapia del Hayedo de Montejo, a la que llegamos por uno de nuestros habituales despistes que curiosamente siempre terminan por alargar las rutas en lugar de acortarlas.

Comenzamos nuestro paseo en el puerto de la Hiruela, tomando la pista que transcurre por la izquierda del cordal y en la que hicimos el interesante hallazgo de una vaca muy muerta, cuyos efluvios por poco hacen que Taber - hombre curioso por naturaleza - eche hasta la última magdalena de su reciente desayuno.


Tras semejante hallazgo tan discordante con nuestro relajado ánimo de paseantes, continuamos camino hasta el puerto de Cardoso, donde se produjo el mencionado despiste que nos llevo a adentrarnos en los frondosos pinares previos al Hayedo de Montejo y en los que no pudimos resistirnos a sacar la guía de setas e inmortalizar todo hongo que se nos pusiera a tiro, aparte de eternizarnos a la espera del rayo de sol perfecto que nos permitiera conseguir la foto del día. Es lo que tiene salir con tres aficionados a la fotografía, uno de ellos cojo...


Tras tomar el tentempié en la puerta del hayedo, seguimos el curso del río Jarama, si cabe aun más lentos, con lo que no nos quedó más remedio que pasar de largo la visita a Cardoso para evitar tener que hacer noche en tan idílico paraje.  Entre tanta seta, arándanos, abedules y suelos alfombrados de amarillo, Nacho decidió bañarse en el río cada vez que nos tocaba cruzarlo, sospechamos que para darle un poco de gracia a tanto romanticismo.


Así llegamos hasta la Hiruela, donde hicimos un alto para un segundo tentempié rodeados de turistas gastronómicos dispuestos a comerse hasta la última seta de la sierra.

Ansiosos por volver a la soledad del camino, emprendimos la subida al puerto de la Hiruela, esta vez sí, un poco más ligeros y mientras escuchábamos entre el rumor de la lluvia los ecos de la persistente llamada del Santuy dándonos motivos para hacer una nueva visita a la zona.


Antes de bajar a Buitrago para terminar la jornada con las cervezas de rigor, pareciera que como premio a tan sosegada forma de tomarnos la vida, el cielo quiso darnos un motivo más para reincidir en nuestra recalcitrante lentitud dejando pasar esos jirones de luz que tanto deseamos en el hayedo y que ahora iluminaban el paisaje como si de una pintura tenebrista se tratara.


Pero que nadie se lleve a engaño, detras de tanto sosiego algunos seguimos añorando la roca pelada, la nieve congelada y las vertiginosas cumbres que se elevan por encima de los bosques de otoño y sus tranquilos paseos. Tiempo al tiempo....

Hasta la próxima