jueves, 4 de agosto de 2011

Vuelta y ascensión al Monte Perdido

Hay montañas que con una sola ascensión te muestran de golpe todo lo que pueden ofrecer y que, por muy hermosas o espectaculares que sean, no dejan el poso suficiente como para volver a ellas más que después de transcurrido el tiempo suficiente para que la imaginación ocupe de nuevo el sitio de los recuerdos. Otras, en cambio, podrías pasarte la vida entera subiéndolas y cada ocasión sería distinta. Este parece ser el caso de Monte Perdido. No tanto por la variedad de accesos a su cumbre, si no por el maravilloso entorno en el que está enclavado y las infinitas formas que hay de acercarse hasta él (Ordesa, Sierra de Cutas, Cotatuero, Añisclo, Pineta, Gavarnie, Bujaruelo…) lo que hace que, pese a la masificación del refugio de Góriz y la romería que habitualmente puntea su vía normal, siempre merezca la pena hacer una nueva visita a la montaña de la cima escondida.

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Con la idea de explorar al menos un par de estas posibilidades y del mismo modo que los franceses tienen el tour del Midi o el del Vignemale, nosotros decidimos hacer algo así como el “Tour de Monte Perdido” o “Mont Perdu” como dirían al otro lado de la brecha de Rolando.

Resumen de ruta:


- Madrid – Refugio Pineta
- Refugio Pineta – Balcón de Pineta

- Balcón de Pineta – Monte Perdido – Góriz
- Góriz – Collado de Añisclo – Refugio Pineta – Madrid


Con esta intención partimos un extrañamente nutrido grupo de masocas compuesto por habituales y nuevas incorporaciones (Silvia, Eva, Mónica, Almudena, Goyo, Marcos, Jesús y un servidor) hacia Bielsa, donde debíamos encontrarnos con Manel (el masoca que faltaba para completar los “9 magníficos”). Entre pitos y flautas, las previsiones de llegada se nos fueron de las manos, así que a Manel no le quedó más remedio que empezar la ruta antes de tiempo y emprender camino hacia el refugio de Pineta, donde incluso le dio tiempo a echarse una cabezadita antes de que llegáramos el resto.


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Tras un largo despertar provocado por las idas y venidas del resto de ocupantes del refugio y amenizado por un interesantísimo concierto de aerofagia a cargo de un virtuoso del asunto que respondía al nombre de Chema, emprendimos camino, ya entrada la mañana, hacia el aparcamiento del Parador de Pineta, donde comenzaba nuestra primera jornada. Una vez allí, solo quedaba comenzar a castigar nuestras espaldas con unas más que sobrecargadas mochilas con todo lo necesario para aguantar 3 días sobre el terreno, más aun teniendo en cuenta que no teníamos nada claro poder llegar a tiempo a Góriz para reservar la cena del domingo. Así, poco a poco y con la ventaja de disponer de todo el día para cumplir con la subida, llegamos por fin al balcón de Pineta donde comenzamos a aligerar peso de las mochilas en forma de bocatas y picoteos varios mientras disfrutábamos de las espectaculares vistas del valle que desde allí se pueden disfrutar. Después de una corta siestecita vuelta al camino hacia el lago de Marboré donde, entre aguas color turquesa y girones de niebla, pudimos entrever a ratos el refugio de Tucaroya, auténtico nido de águila y primer refugio construido en Pirineos, allá por el año 1890.

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Viendo como comenzaba a refrescar el tiempo, decidimos que lo mejor era iniciar la búsqueda de un lugar adecuado y suficiente para plantar las cuatro tiendas y pasar la noche lo mejor posible. Finalmente localizamos unos cuantos vivacs un poco maltrechos pero tolerablemente “blandos” como para no castigar nuestras ya de por si maltrechas espaldas. Una vez instalados y con unas estupendas vistas sobre el glaciar de Monte Perdido, nos pusimos a la tarea de preparar algo caliente para la cena, asunto este que requeriría un capítulo aparte solo por sus terribles consecuencias (congelaciones varias, derramamiento de fabes hirviendo, graves daños paisajísticos por vertido ilegal de fideos , etc…)

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A la mañana siguiente, tras retrasar un par de veces la hora de salida por el frio y la vaguería intrínseca que nos afecta últimamente, decidimos que lo de sudar subiendo era sin duda mejor perspectiva que congelarnos dentro de las tiendas, así que enfilamos la pedrera que da acceso a la famosa chimenea del glaciar y cuya sola imagen perturbaba los sueños de algunos desde hacía días. Como suele ocurrir en estos casos, el león era menos fiero de lo que lo pintan y, excepto por el peso de las mochilas y un nevero un poco delicado a la entrada, el resto de la trepada tiene más de escalera que de otra cosa. De hecho, el mayor peligro lo representó un “jabardo” (como diría Paco) de montañeros franceses que entraron en la chimenea como un elefante en una cacharrería, tirando piedras, cruzándose con unos chicos que hacían rapel y, por supuesto, sin dignarse a dar los buenos días, que para eso son franceses…

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Superada la chimenea, solo quedaba calzarse los crampones y enfilar el cuello de Marboré, a donde llegamos sin mayor dificultad y disfrutando, entre nube y nube, de la espectacular vista de la parte superior del glaciar del perdido y del propio cilindro de Marboré, al que ya hemos echado el ojo para nuestra próxima visita a la zona. Desde aquí, debido al intenso viento que comenzaba a soplar, poco pudimos disfrutar del inmenso panorama de Ordesa y emprendimos el camino de bajada al lago helado, donde paramos para comer algo antes de subir, ya sin mochilas, por la vía normal de la escupidera.

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Nada más empezar coincidimos con lo que en un principio creímos era una manifestación del 15M y que posteriormente resultó ser un colegio completo, con claustro de frofesores y director incluidos. Por suerte ya iban de bajada, así que la cima la dejaron para nosotros solos, aunque la niebla y el frio no nos dejó más que el tiempo justo para las fotos de rigor. Con la mente ocupada por el único pensamiento de una cena caliente en Góriz, emprendimos la interminable bajada hacia el refugio. Por suerte, Manel y Marcos, que en este viaje andaban más que sobrados de fuerzas (y por lo que intuyo también con más ganas de cerveza que el resto), se adelantaron para poder reservar antes de la hora límite de las 18:00. Por fin y después de una interminable bajada, nos reunimos todos en la superpoblada pradera de Góriz, donde la temida “Gabacha” comenzaba a pegar con fuerza, lo que nos obligó, antes de nada, a plantar las tiendas a base de asegurar con pedruscos hasta la última piqueta.

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Si algo tiene comer en un refugio después de dos días de marcha y sabiendo que te queda otro más, es que se disfruta tanto o más que si se tratara del Asador Donostiarra, y cada macarrón y trozo de longaniza se transforman por arte magia en langostinos y chuletones de buey a poco que uno fuerce la imaginación. Después de tres platos, postre y el calorcito proporcionado por un par de rondas de orujos, ya estábamos preparados para pasar otra noche inolvidable. Como hasta el momento ya habíamos disfrutado de el sol y el frío, solo faltaba el viento y la lluvia, así que la madre naturaleza se puso manos a la obra para darnos un poco de cada. Como consecuencia, a la mañana siguiente, la tienda de Goyo y Silvia quedó para el arrastre y al resto nos tocó recoger como bien pudimos entre chaparrón y chaparrón. Por supuesto, ni hablar de cumplir horarios.

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Aun medio dormidos, emprendimos camino por la variante del GR11 que pasa justo debajo de la Torre de Góriz y la Punta de las Olas, con la mente puesta en el segunda gran “preocupación” de la ruta: el cable. Al igual que la chimenea, finalmente resultó no ser para tanto, y eso que lo hicimos con la roca húmeda. Consiste en una cadena que finalmente no utilizamos más que para superar el escalón que hay al final de la pequeña canal y para descender por una resbaladiza placa de roca justo al otro lado. (otro cantar debe ser en invierno y con un metro de nieve) Hasta ahí el camino es una pequeña senda que va ganando altura progresivamente hasta alcanzar una sucesión de terrazas bordeadas por impresionantes precipicios sobre la salida del cañón de Añisclo, que hacen de este tramo uno de los más espectaculares y recomendables de todo el recorrido.

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Una vez alcanzadas las praderas que coronan el collado de Añisclo, ya solo quedaba bajar, bajar y bajar los interminables 1500 m de desnivel que nos separaban del diminuto tejadito marrón que podíamos contemplar al fondo del valle y que suponíamos debía ser el refugio de Pineta. De nuevo aquí, debido a problemas logísticos, Manel , Jesús y Marcos tomaron la delantera para intentar llegar a tiempo para recoger la furgoneta del parquing del Parador y poder salir escopetados hacia Barbastro, donde Manel debía coger el autobús a las 17:00. Esfuerzo que al final de poco sirvió, excepto para que estos machacas se pusieran un poco más en forma de lo que ya están.

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De este modo, a ratos de pie y a ratos arrastrando las posaderas por los enfangados toboganes de bajada en que se había convertido el sendero, finalmente llegamos al refugio, mojados, cansados, magullados y hasta los mismísimos h…., pero más contentos que unas castañuelas. Y es que ya se sabe que, por mucho que se repita, no deja de ser una verdad como un templo aquello de: “sarna con gusto no pica” y menos cuando nos juntamos un puñado de auténticos fenómen@s dispuestos a poner buena cara cuando lo que te pide el cuerpo es jurar en arameo a pleno pulmón.
¡Nos vemos en la próxima machada!

Por cierto, pese a las prisas hubo tiempo de sobra para las cervezas ¡¡¡Faltaria más!!!


De Pineta al Lago de Marboré





Del Lago de Marboré a Góriz subiendo el Monte Perdido





De Góriz a Pineta por el collado de Añisclo



2 comentarios:

  1. Te tenías que ganar la vida con esto, tron. Lo leo y parece que todavía estoy allí.
    Un abrazo a tod@s y nos vemos a la vuelta de nuestros viajecillos varios.

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  2. Un abrazo para todos, fue una ruta magnífica y una compañia genial. Nos veremos en futuras aventuras.
    Un abrazo

    Marcos

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